jueves, 14 de enero de 2021

Chano Pozo

Chano Pozo 

Luciano Pozo González, conocido universalmente como simplemente  “Chano” Pozo. Nace un 7 de enero de 1915, en un humilde cuarto del solar “Pan con timba”, que estaba en la Calle 31 y Carbonería, en el corazón del Barrio La Timba, ubicado detrás del Cementerio de Colón, en La Habana, Cuba. Fue medio hermano del famoso trompetista Félix Chapottin.

De aquella cuartería la familia se traslada para otra ciudadela llamada “El África”, un inmenso solar situado en Zanja y Oquendo y que toma su nombre porque en ella moraban en su mayoría personas de la raza negra.

Desde pequeño vivió en carne propia el rigor de la discriminación racial en la Cuba anterior a la de Fidel Castro. Limpió zapatos y vendió periódicos, tocó música en muchos lugares y hasta bailó en la conocida comparsa habanera de "Los Dandy".
La infancia de Chano Pozo fue la misma que vivían muchos niños negros y desamparados en aquellos años. Sus amigos no le dieron un buen ejemplo y siendo aún adolescente fue a parar al Reformatorio de Torrens.

Cuando salió comenzó a aprender a tocar la tumbadora y el tambor llamado conga, inspirándose en los tamboreros de los solares que frecuentaba donde también se formó como bailador y compositor.

Su pertenencia a la Sociedad Secreta Abakuá, explica el dominio perfecto que tuvo de los tambores propios del rito. En el libro ¡Caliente! del investigador belga, Luc Delannoy se señala que cuando Chano vivía en La Habana, tenía costumbre de tocar ritmos sagrados en sus congas, así como de cantar temas abakuás y yorubás. 

Luchó mucho en La Habana para abrirse paso con sus tambores desde que se presentó en la emisora RHC Cadena Azul con su Conjunto Azul, donde también estaba su hermano Félix Chapottín. Luego, en 1940, se presentó en el show del Cabaret Tropicana con la producción Congo Pantera. También por breve tiempo fue uno de los integrantes de la orquesta Hermanos Palau, hasta que se trasladó a Estados Unidos en 1946 donde lo esperaban Miguelito Valdés y Frank Grillo “Machito” que lo pusieron en contacto con Bauzá.

La fulgurante carrera de Chano Pozo, en Estados Unidos comenzó en 1942, cuando después de integrar la Orquesta de Machito dejaría esta, para unirse en Chicago al conjunto de los "Jack Cole Dancers".

Luego se daría la química perfecta al unirse al famoso trompetista Dizzi Gillespie y la integración a su banda. Se Cuenta que «Chano sedujo a Gillespie en el mejor sentido y del modo que mejor sabía hacerlo: sacando unos sonidos endiablados de su inseparable tumbadora y con un performance demasiado integral como para olvidar.

Cuando Dizzy le preguntó: ¿Qué tu tocas?, el cubano, con su natural desenfado, le respondió: “Lo que siento”. Nunca hubo una métrica en sus improvisaciones.

Este encuentro entre los dos genios «marcó necesariamente un hito dentro del convulso y original panorama del jazz en Norteamérica». A partir de ahí se concretó definitivamente la imbricación de los elementos afrocubanos con el jazz que se hacía en Estados Unidos y ese es básicamente el aporte de Chano a lo que luego se definiría como latin jazz o jazz afrocubano.

"Manteca" se dio a conocer en el mundo del jazz en 1947, durante la presentación de una bigband juntando en el escenario a Pozo y Gillespie. En aquel concierto intervinieron otras dos glorias del Jazz mundial, el pianista John Lewis, quien fundaría luego el Modern Jazz Quartet, y el baterista Kenny Clarke, uno de los padres del Bebop. En "Caliente", otra de las grandes composiciones de Chano Pozo,  Delannoy recuerda que el estilo de Chano llevó gradualmente a Gillespie a correr cada vez más riesgos musicales, lo cual desembocó en una fusión perfecta: la de un genio de la armonía del Jazz con un genio de los ritmos afrocubanos. 


Algunos estudiosos insisten en situar la fusión de la música cubana con el jazz a partir de la composición Tanga, de Mario Bauzá; mientras otros afirman que este hecho se produjo de la asociación de Chano Pozo con Dizzy Gillespie en 1947.

Y es precisamente por esa fecha que Gillespie denomina “cubot” a la fusión anteriormente mencionada, que después se conoció como “Latin Jazz”.

Lo cierto es que fue a partir de aquella memorable actuación de Chano Pozo en la banda de Gillespie que el tamborero habanero alcanzó su mayor fama actuando en Estados Unidos y Europa, donde daria a conocer por primera vez el ritmo cubano. El propio Gillespie lo calificó como: “El tamborero más grande que he oído en mi vida”.

La mayoría de los críticos en ese momento arremeterían contra el naciente bebop y su vigorizada tendencia afro. Dijeron que no sobreviviría, que no se haría popular porque no se le podía montar en una coreografía en los salones de baile. Los boopers opinaban que, si no se perduraba demasiado, al menos marcaría una época, y nada después de ello sería lo mismo. Había un atractivo en este jazz mucho más allá de su carácter revolucionario. De hecho, algunos consideraban que justamente «lo novedoso» del jazz latino estaba en rescatar las viejas maneras de hacer música entre los negros, las cuales les habían negado los blancos civilizados durante siglos, desde el momento en que enviaron a sus ancestros a las plantaciones de algodón. Aceptar el tambor era, además de un hecho contracultural, la forma en que los jazzistas afroamericanos agradecían a los rumberos cubanos por recordarles sus raíces. El bebop era una antorcha, un puño en alto, una reivindicación racial, y nadie sabía tocarlo mejor que Chano Pozo.

A Chano Le bastaba dibujar una sonrisa con su boca enorme y sonar las palmas para que todos se volvieran hacia él. Esa era su magia. Ya fuese en las fiestas dedicadas a los santos o en un café, si encontraba donde posar sus manazas, la rumba llegaba sola, y entonces bailaba y cantaba y no se podía hacer otra cosa que bailar y cantar con él, Chano irradiaba el carisma de una estrella musical. Lejos de la rumba parecía más bien un tipo rudo, áspero. Era capaz de sacar increíbles ritmos de un tambor, pero también dientes y sangre de un rostro; cualidades que se entremezclaban en el revoltijo bizarre y atractivo que comenzaba a ser parte de su leyenda.

Una noche, la del 3 de diciembre de 1948, se encontraba bailando en un bar en el barrio de harlem cuando llegó el puertorriqueño Eusebio Muñoz Muñoz, exfrancotirador del Ejército Norteamericano en la Segunda Guerra Mundial. Este veterano boricua le pidió a Chano una satisfacción por una discusión sostenida días atrás, a lo que se negó el músico cubano. Entonces “El cabito” —como le decían a Muñoz—, extrajo una pistola que portaba y se la descargó a Chano, dándole muerte instantáneamente. Por cierto, por este crimen “El cabito” nada más que cumplió dos años de prisión.

Los restos de Chano fueron traídos a La Habana y, por extraña coincidencia, su tumba está situada en el Cementerio de Colón a unos escasos sesenta metros del solar donde nació.

Así desapareció el famoso y extraordinario rumbero y compositor cubano y nació para la historia del jazz un hombre que se convertiria en leyenda, al que la música cubana le debe el haber sido conocida y fusionada dando lugar a un ritmo desconocido hasta entonces: el “Latin Jazz”.

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